jueves, 7 de junio de 2012

Las tres fases neurobiológicas del amor: de la Atracción Sexual al Amor Maduro

Nota mía: El Amor es un tema de amplia discusión, somos seres creados desde el amor, provenimos del amor de dos seres humanos que, en algún momento se encontraron, se conocieron, hicieron el amor y engendraron un maravilloso ser!. El amor es inextinguible y siempre se muestra, de diferentes formas y su alcance es infinito. Ahora te presento una investigación de la Dra. Helen Fisher, que abarca diferentes fases del mismo amor infinito, tomen lo que les resuene de manera consciente...




Las tres fases neurobiológicas del amor: de la Atracción Sexual al Amor Maduro
Por: Dra. Helen Fisher

Helen Fisher (Universidad de Rutgers), antropóloga, académica e investigadora, es un referente obligado en foros internacionales por ser una experta mundial en la nueva ciencia del amor, es quien más se ha abocado a estudiar científicamente la biología de las relaciones de pareja, distinguiendo tres etapas parcialmente superpuestas.

La antropóloga recurre a las neurociencias para demostrar y defender su definición tripartita del amor postulando que, desde hace millones de años, el ser humano fue desarrollando evolutivamente tres sistemas cerebrales relacionados con el apareamiento, el emparejamiento y la reproducción. Consisten en tres mecanismos emocionales básicamente diferentes, regulados hormonalmente por distintas sustancias químicas, que utilizan circuitos neuronales relativamente independientes, pero interconectados de manera tal que pueden interactuar entre sí y funcionar en forma conjunta.

Se trata de:

• Lujuria o Atracción Sexual
• Enamoramiento o Amor Romántico
• Apego o Lazo Afectivo profundo propio de los vínculos perdurables

Estos tres impulsos están hondamente integrados en el cerebro humano y Fisher sostiene que van a sobrevivir mientras sobrevivamos como especie. Compartirían una profunda raíz evolutiva, en la medida en que su balance controla la reproducción humana. En casi todas las especies de mamíferos, el cortejo se caracteriza por un despliegue de energía, persecución, prosecusión, protección y celos ante posibles rivales.

Helen Fisher considera que el impulso lujurioso evolucionó, desde un deseo indiscriminado, a elegir a alguien en particular con quien lograr la gratificación sexual, de entre toda una gama de parejas potenciales. Entonces, el desarrollo del amor romántico, con su euforia y obsesividad, nos permitió enfocar toda la motivación de acoplamiento en un solo individuo a la vez, de forma de preservar tiempo y energía para futuros apareamientos hasta que se produzca la gestación. En tanto que, finalmente, el impulso de apego, con sus sensaciones de seguridad y calma, se habría generado con el fin de posibilitar la permanencia al lado de esa pareja, al menos el tiempo suficiente como para criar a un hijo juntos en equipo. Es así como los estudios muestran que un estado es el enamoramiento y otro muy distinto es el amor.

Actualmente, la neurobiología ha avanzado, en general, hacia esta definición tridimensional del amor, la cual vendría a corroborar, hasta cierto punto, la teoría de los tres componentes del amor de Robert Sternberg. La Pasión correspondería a la atracción sexual; la Intimidad al enamoramiento y el Compromiso al apego duradero. Sin embargo, cabe mencionar que, si bien las relaciones de pareja responden hasta cierto punto a la ciencia, no debemos descuidar el rol de lo cultural y lo psicológico.




La primera fase de una Relación de Pareja: de la Atracción Sexual al Enamoramiento


El primer circuito cerebral del amor se pone en funcionamiento en la que – potencialmente – puede llegar a ser la primera etapa de una futura relación amorosa. Corresponde a la excitación sexual, fuerza autónoma que promueve la pulsión inicial a exponerse hacia los demás en la búsqueda y conquista de otra persona con miras a satisfacer el deseo erótico. Los modelos biológicos en torno al sexo postulan que, en nuestro cerebro, la lujuria se asemeja más a ciertos impulsos de los mamíferos, tales como el hambre, la sed o las ganas de consumir droga, que a estados de excitación emocional.

• Fase: lujuria
• Impulso: apareamiento
• Tipo de amor: Encaprichamiento
• Función: unión de la pareja en una primera instancia
• Duración: como estado de excitación sexual dura muy brevemente, máximo horas; y, como fase dentro de una relación, no puede alargarse más de semanas o pocos meses
• Circuito: sistema de atracción sexual indiscriminada
• Estructura y Zona cerebral: Hipotálamo
• Regulación: testosterona
• Sustancias bioquímicas: hormonas sexuales (testosterona, estrógenos, progesterona), adrenalina y noradrenalina

Esta primera etapa ha sido la más profusamente hasta ahora, por lo que existe bastante información disponible. Las investigaciones indican que, ante estímulos tales como fotos de contenido erótico explícito, se activan determinadas zonas del cerebro, tanto en hombres como en mujeres. Al encontrar deseable a una persona es como si se disparase una señal de alerta y nuestro organismo entra en estado de ebullición, manifestándose en cuestión de segundos una serie de alteraciones neurofisiológicas. Por ejemplo, el corazón late con mayor fuerza, se liberan grasas y azúcares que aumentan la capacidad muscular, aumenta la presión arterial máxima (sistólica), se produce una cantidad de mayor de glóbulos rojos con el objeto de mejorar el transporte de oxígeno a través del torrente sanguíneo.

Neurológicamente, este proceso se inicia en el hipotálamo, el cual envía mensajes a través del sistema nervioso a diferentes glándulas que regulan la liberación de sustancias químicas. Las suprarrenales reaccionan aumentando la producción de adrenalina y noradrenalina; y la pituitaria envía hormonas a las glándulas sexuales, las que comienzan a producir principalmente testosterona y, en menor medida, estrógeno y progesterona. Este ‘high’ químico resulta en modificaciones del estado anímico, consistentes generalmente en sensaciones de bienestar, optimismo e ilusiones al estilo de cuentos de hadas. Dichas sensaciones serían las precursoras positivas de la fase siguiente. Sin embargo, cuando el hipotálamo no está funcionando correctamente, pueden aparecer comportamientos irracionales, ansiedad y obsesión.

Las áreas cerebrales que se activa en esta fase de atracción sexual no coinciden con las que lo hacen en la etapa siguiente, la del amor romántico, aunque algunas de ellas sean comunes; lo cual podría relacionarse con que el enamoramiento se focaliza en una sola persona, mientras que la lujuria puede dispersarse ante varias. En este sentido, cabe mencionar que la testosterona no se relaciona con los gustos preferenciales, sino más bien con los genéricos y difieren en distintos momentos. Muchos estudios han mostrado que los juicios acerca del atractivo de hombres o mujeres se encuentran afectados por las hormonas sexuales; pero, las variaciones de los altos niveles de testosterona se asocian también con la inclinación por características culturalmente asignadas como atractivas.



La segunda fase de una relación de pareja: del enamoramiento al amor romántico

El segundo circuito cerebral del amor se pone gradualmente en funcionamiento – sobreponiéndose al primero - cuando un individuo en particular empieza a adquirir un significado especial más allá de la atracción sexual y del apareamiento. Corresponde a la pasión o eros, proceso biológico que se desarrolla de forma independiente a la primera fase de la lujuria y que consiste en una necesidad fisiológica básica de concentrar toda la energía libidinal y reproductora en una única persona. Se desarrolla un deseo más individualizado y romántico por un determinado candidato específico. Sentir una atracción intensa por una persona en particular es un impulso humano – muy difícil de reprimir - de carácter universal, lo cual ha sido confirmado en observaciones antropológicas en más de 140 culturas, por lo que aspirar a un vínculo afectivo que nos haga sentirnos queridos, protegidos y seguros es un fenómeno absolutamente natural.

Todo este proceso se inicia en la corteza cerebral, pasa a las neuronas y de allí al sistema endocrino, produciéndose intensas respuestas fisiológicas resultantes de la combinación de reacciones cerebrales, hormonales y genéticas.

• Fase: enamoramiento
• Impulso: emparejamiento pasional con una persona en particular
• Tipo de amor: romántico
• Función: estabilizar la unión de pareja
• Duración: entre aproximadamente 18 meses hasta un máximo de 4 años
• Circuito: sistema de atracción interpersonal selectivo
• Estructura y Zona Cerebral: Sistema de Recompensa, Centro del Placer Apetitivo
• Regulación: dopamina (neurotransmisor de la recompensa)
• Sustancias bioquímicas: feniletilamina (PEA, molécula del amor); norepinefrina, serotonina, feromonas

Recientes estudios con resonancia magnética indican que, cuando a las personas que están inmersas en la etapa del amor romántico se les presenta la foto del ser amado - un indicador visual - se ponen en funcionamiento aquellos receptores que liberan dopamina en grandes cantidades, activándose varias regiones de su cerebro, aunque también hay otras que se inhiben. Entre las que se activan se encuentra el núcleo septum, la amígdala cerebral, la corteza cingulada anterior y la corteza temporal de los dos hemisferios. Sin embargo, las áreas que más se activan son aquellas que han sido denominadas popularmente como el “circuito del amor”:

• Núcleo Accumbens: neuronas del encéfalo, cuyas principales aferencias se dirigen hacia la amígdala, área ventral tegmental y pálido ventral. Desempeña un papel importante en respuesta de recompensas tales como el placer sexual y la risa; aunque también en el miedo.
• Pálido ventral (VP): se activa a medida que la pareja se estabiliza y sus proyecciones van hacia el núcleo medio dorsal, el que a su vez se comunica con la corteza prefrontal, especialmente con la asociativa. Desempeña un rol clave en el surgimiento del cariño, en los vínculos a largo plazo y en la disminución del estrés.
• Núcleo dorsal del rafe: conjunto de neuronas localizadas a lo largo del tronco encefálico, alrededor de la formación reticular. Facilita la detección y respuesta ante estímulos externos, siendo el principal segregador de serotonina.
• Centros del Placer: forman parte del Sistema de Recompensa y se ubican dentro del sistema mesolímbico dopamínico, región del cerbero que procesa las emociones. Para el enamoramiento, son importantes principalmente dos zonas: núcleo caudado y área tegmental ventral (ATV). El primero es una región primitiva asociada con la excitación sexual y las sensaciones placenteras, así como con la motivación para conseguir objetivos; es capaz de integrar gran cantidad de información a nivel inconsciente, tal como recuerdos de infancia o gustos personales. Pero, más clave es el ATV, ubicado debajo del hipotálamo y ligado al deseo, motivación y concentración. Veta madre de las células que producen la dopamina, se activa en la elección de pareja y durante el cortejo. En el ATV del hemisferio izquierdo se procesan los fenómenos inconscientes y en el derecho se procesa la información sexual a nivel consciente, valorándose el atractivo físico de parejas potenciales.

En términos bioquímicos lo que sucede es que, a medida que una persona se enamora, su cerebro se va inundando de feniletilamina (PEA). Al anticipar que se puede lograr lo que se desea, se activa el sistema apetitivo del centro del placer. Comienzan a secretarse dopamina, norepinefrina y serotonina, las que - al actuar en forma combinada - suscitan una especie de “borrachera de amor” compuesta de sensaciones muy intensas, tales como aumento del ritmo cardiaco, energía, fortaleza, atención, memoria, profundo bienestar, optimismo, euforia y exaltación, así como una disminución del apetito y del sueño. El enamorado suele andar obsesivamente concentrado en ese ser tan especial, se pone muy posesivo, siente una intensa ansia por estar con él todo el tiempo y a cualquier precio.

En términos evolutivos, como las crías mamíferas son incapaces de sobrevivir sin los cuidados parentales, tuvieron que generarse las condiciones indispensables para ello. La intensidad de las sensaciones durante el cortejo - gran despliegue de energía, prosecución, protección y celos ante posibles rivales - tendría la función de actuar como inhibidor temporal de la búsqueda de otra pareja. En este sentido, sería una condición fisiológica necesaria para la continuidad de la especie humana con el fin de optimizar el proceso de apareamiento. Tal como lo expresa la antropóloga Helen Fisher, "en los humanos el atractivo con base sexual ha evolucionado hacia el amor romántico o pasional, una forma de lazo o unión que, en perspectiva evolutiva, tiende a asegurar la estabilidad de la pareja para garantizar el cuidado paternal de la prole".

Es así como el cerebro original de los reptiles fue evolucionando hasta desarrollarse la estructura límbica que actualmente forma parte de nuestro cerebro emocional, que es donde se encuentra cableado el instinto que nos hace particularmente sensibles a las necesidades de nuestros hijos y que constituye – en los seres humanos - la base de nuestra capacidad para vincularnos profundamente con los demás. Investigaciones en psicología comparada, etología y psicología animal han sido concluyentes en confirmar que, para todos los mamíferos, la afectividad es una auténtica necesidad biológica, tanto como lo son los alimentos y el oxígeno. Sin amor las crías literalmente se mueren. Ella postula que el amor romántico no debe ser entendido como una emoción sino que como un impulso que se origina en la región cerebral del ansia y que sería más poderoso que el impulso sexual.

Dicho impulso, que sería básico en los mamíferos, funciona en forma mucho más compleja y contradictoria en la especie humana gracias al desarrollo de la corteza cerebral, pasando a a jugar un rol muy significativo la toma de conciencia y los factores culturales. Dado que ciertas respuestas fisiológicas - tales como palpitaciones, sudor y respiración entrecortada - pueden elicitarse igualmente ante emociones tan diversas como ira, amor, celos o ansiedad, la distinción entre estas sensaciones dependerá de cómo interpretemos lo que se está experimentando. Somos seres híbridos determinados por lo biológico y lo ambiental; no podemos reducir el amor romántico a ninguno de estos dos dominios y, si menospreciásemos cualquiera de estas influencias, nuestros análisis pasarían a ser solo construcciones delusorias y artificiosas.

Por siglos se afirmó que el amor romántico pertenecía al dominio del corazón, posteriormente, en cambio, se sostuvo que está condicionado por el dominio del cerebro debido a la acción de ciertas hormonas. Sin embargo, hoy sabemos que se encuentran involucrados componentes motivacionales instintivos, emocionales, cognitivos y psicosociales influenciados por la cultura en la que estamos inmersos. Todos estos factores de índole tan diversa contribuyen tanto a originar como a mantener el atractivo por un individuo en especial. Para que el enamoramiento culmine en un amor estable de larga data, tienen que darse, en mayor o menor medida, una serie de circunstancias comunes, tales como atracción física, apetito sexual, afecto y apego.



La tercera fase de una Relación de Pareja: del Amor Romántico al Amor Sexual Maduro.

Los vínculos amorosos son dinámicos debido, en parte, a que son influenciados por las modificaciones en la actividad neuronal correspondientes al paso del tiempo. Efectivamente, con el transcurso de la convivencia, nuestro estado de alerta ante el potencial peligro o la novedad que inicialmente representaba el ser amado, se ha ido reduciendo en forma natural. Como nuestro cuerpo no puede absorber cantidades ingentes de dopamina y norepinefrina – que son las que producían las emociones de anticipación gozosa y ansiedad privativas de los primeros estadios - van disminuyendo sus efectos e inexorablemente decae la intensidad de nuestras reacciones bioquímicas. Se han calmado nuestros deseos más apremiantes, el predominio de la obsesión, euforia, manía y ansiedad ha sido paulatinamente reemplazado por otros sentimientos tales como bienestar, placidez, comodidad, adaptación, pertenencia y seguridad; aunque, por otro lado, tanto el romanticismo como lo irracional han ido perdiendo fuerza y ya no estamos tan ciegos a los defectos del otro, apareciendo asimismo diferencias de gustos y de intereses.

Entonces nos encontramos ante la disyuntiva de creer que el amor se nos está muriendo - distanciándonos de nuestra pareja hasta eventualmente separarnos - o bien, podemos apelar a la madurez emocional y darnos el tiempo necesario como para que se establezcan nuevas rutas neuronales que nos generen otras sensaciones propias de los vínculos de larga data las que, si bien son más suaves que las anteriores, son mucho más profundas, duraderas y beneficiosas para nuestra salud. Todos los cambios que se van suscitando no significan que el amor esté desapareciendo, que ya no estemos enamorados, sino que son indicativos de una transformación, de que lentamente vamos evolucionando hacia otro tipo de amor, hacia una afectividad más serena, apacible, en que se siente que todo está bien, donde se disfrutan otras vivencias, domina una mayor confianza, complicidad, comunicación más fluida y compromiso con proyección a futuro.

A medida que la relación avanza, el sistema apetitivo de nuestros centros del placer ha ido perdiendo supremacía a favor del sistema de saciedad - regulado por sustancias relacionadas con los opiáceos - que induce estados de bienestar y paz provenientes del deseo satisfecho. Consiste en una suerte de placer calmante que corresponde neurobiológicamente al tercer circuito cerebral, el cual se va desarrollando de forma relativamente independiente al de la atracción sexual e interpersonal, poniéndose casi imperceptiblemente en funcionamiento cuando la pareja está por alcanzar dos años o más de relación; es decir, cuando se están empezando a superar las fases temporales de la lujuria y del romanticismo, las que químicamente tienen fecha de vencimiento.

• Fase: cariño
• Impulso: pertenencia, estabilidad y seguridad
• Tipo de amor: sexual maduro
• Función: mantener a largo plazo la unión de pareja
• Duración: indeterminada, puede prolongarse toda la vida
• Circuito: sistema del apego
• Estructura y Zona Cerebral: Sistema de Recompensa, Centro del Placer de la saciedad
• Regulación: oxitocina
• Sustancias bioquímicas: endorfinas, vasopresina

Este tercer circuito se refiere al sistema del apego, a la fase del cariño y de la ternura, motivados por nuestra necesidad fisiológica básica de desarrollar profundos lazos afectivos, sensación de pertenencia y estabilidad a largo plazo. Se trata de un impulso natural, el que nuestra especie - a través de la historia - ha elaborado y reelaborado culturalmente, modulándolo y enriqueciéndolo mediante la acción de la corteza cerebral. Cumple la función de promover el deseo de permanecer unido a la persona amada, lo que permite la continuidad del vínculo amoroso más allá de la pasión. En términos evolutivos, esta fase es necesaria en la medida que posibilita el que la pareja de padres crie a sus hijos en forma conjunta.

Entre los mamíferos, solo un 3% establecen uniones diádicas de larga data y, en nosotros, los seres humanos, se supone que predominan los vínculos amorosos más bien sucesivos y que aquellas parejas que siguen juntos, generalmente ya no están enamorados. Sin embargo, últimamente se ha demostrando científicamente que algunos matrimonios logran que el sistema apetitivo de recompensa del cerebro continúe activándose a pesar del paso del tiempo, manteniéndose algunas de las manifestaciones típicas de las primeras etapas de la relación.

Efectivamente, investigaciones con resonancia magnética en que se les mostraba fotos del ser amado a parejas recientes y a otras que declaran estar más de 20 años enamoradas, encontraron que las regiones que se activaban eran muy similares. No obstante, mientras que en las primeras predominaba el funcionamiento de las áreas relacionadas con la obsesión y la ansiedad, en las otras sobresalían las zonas asociadas a la calma y supresión del dolor. Los autores concluyen que, los que llevan décadas juntos, van desarrollando aquellas regiones concernientes a un apego profundo; pero, sin que dejen de movilizarse aquellas otras asociadas al amor romántico. Las que se activan no son exactamente las mismas que en la atracción sexual, sino que las particulares correspondientes al enamoramiento, aunque algunas sean comunes en ambos casos. Más específicamente se ha constatado que en una relación de amor sexual maduro, la mayor actividad se produce en el pallidum ventral y en parte de los ganglios basales, regiones en que juegan un rol fundamental los receptores de vasopresina.

Dentro de la misma línea, en la revista Nature se publicó un interesante estudio con dos especies de ratones muy diferentes: los de la pradera - quienes son monógamos, forman pareja para toda la vida y cuidan a sus crías junto a la hembra - y los del pantano – los que son promiscuos, individualistas y se desentienden de su descendencia. Solamente los primeros poseen muchos receptores de vasopresina. El experimento consistió en transferir un único gen - precisamente el que codifica dichos receptores - del ratón monógamo al promiscuo, con el resultado de que los del pantano cambiaron su comportamiento y mantuvieron exclusivamente sexual por el resto de su existencia.

Además se observó que los de la pradera segregaban oxitocina y vasopresina al copular, mostrándose fisiológicamente abatidos si se los separaba de su pareja. La funcionalidad de dichas sustancias ha sido repetidamente probada en aquellas especies de animales que son monógamos, como por ejemplo, en algunos pingüinos que tienen una sola pareja de por vida. En investigaciones donde se les inyectó oxitocina a las hembras de una especie de roedor, éstas necesitaron un período muy corto de convivencia con algún macho para "elegirlo" como su compañero. Y, al inyectárseles vasopresina a los machos, éstos manifestaron una mayor urgencia de anidar. Ambos, macho y hembra, fueron capaces de crear lazos estables incluso sin aparearse.

Asimismo, en nosotros también se liberan las mismas sustancias cuando acariciamos a alguien y, particularmente, en el coito. Durante el orgasmo se produce una especie de descarga eléctrica y neuroquímica (dopamina, oxitocina y endorfinas) en el sistema límbico, justo en el núcleo de los centros del placer, elicitándose un estado de placer y de euforia. Tras el mismo, sobreviene una sensación de relajamiento provocada por la secreción masiva de oxitocina - conocida como la hormona del amor al ser la responsable del sentimiento de apego que contribuye a estrechar los lazos en la pareja - y que es la misma que se segrega durante el parto, siendo clave en los intensos lazos afectivos permanentes que se forjan entre madre e hijo. Cuando estamos junto al ser amado, especialmente después de cada vez que hemos hecho el amor, vivenciamos una placentera sensación de confianza y de pertenencia, nos sentimos generosamente felices al notar que nuestra pareja es feliz, desaparecen las emociones de miedo y el estrés, todo gracias a la oxitocina, la vasopresina y las endorfinas.

Bioquímicamente, entonces, los vínculos monógamos de larga data son regulados - principalmente - por la oxitocina, aunque también juegan un rol importante la vasopresina y las endorfinas (todas las cuales también están presentes en las relaciones de corto plazo, pero en cantidades significativamente menores). Ahora bien, la oxitocina y la vasopresina, a su vez, aumentan los niveles de dopamina y esta combinación es la que actúa como un poderoso cemento químico que es fundamental en las uniones duraderas, aquellas que van más allá de las oleadas emocionales y que corresponden al tercer circuito cerebral.

Recapitulando, en la vida sexual y afectiva de una pareja se distinguen tres fases progresivas consecutivas - aunque parcialmente sobrepuestas – cada una más compleja que la anterior, las cuales utilizan circuitos neuronales relativamente independientes, pero interconectados de manera tal que pueden interactuar entre sí y funcionar en forma conjunta. Consisten en tres mecanismos emocionales básicamente disímiles, regulados hormonalmente por distintas sustancias químicas. Los hallazgos mencionados han permitido responder a aquella larga interrogante histórica relativa a si el enamoramiento y el amor son lo mismo. Lo que se ha podido demostrar es que se trata de condiciones sustancialmente diferentes; es decir, la pasión sexual y el amor romántico no son estados equivalentes al amor perdurable.

En conclusión, gracias a las neurociencias ahora sabemos que sí es factible mantener un amor durante toda la vida – no atribuible a procesos de autoengaño - al cual Kernberg denomina amor sexual maduro. El factor madurez se refiere a estar dispuestos a darse el tiempo para que se establezcan nuevas rutas neuronales gracias a la masiva secreción de otras hormonas y a estar abiertos a pasar a una etapa siguiente, sin aferrarse a mantener artificialmente a pulso las sensaciones del inicio de la relación, aunque tampoco resignándose a que ya nunca se van a volver a experimentar ninguna de las satisfacciones anteriores. Dicha madurez emocional también podría incluir la concepción budista de los venenos del alma; en este caso, el ser capaz de superar el veneno de la ignorancia, en el sentido de haber aprendido que nuestro organismo biológicamente no puede mantener funcionando mucho tiempo sus centros apetitivos del placer induciendo esas sensaciones de tan alta intensidad como en la fase de la lujuria y del romanticismo, sin caer inevitablemente en un estado de tolerancia.

En la medida en que se difundan adecuadamente toda esta información, posiblemente aumente la cantidad de parejas que logren cimentar ese amor más sosegado donde se consolidan los sentimientos más duraderos y donde se puede alcanzar una profunda intimidad emocional. A este tipo de amor es al que se refiere el término amor sexual maduro, el que Capponi describe como el haber podido “construir relaciones personales de calidad, especialmente una relación de pareja auténtica, comprometida, que integre todos los elementos importantes de la vida personal: las pasiones, los instintos, el deseo sexual, en una relación simétrica, respetuosa, en libertad y profunda”.

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